Se quedó mirando las gotas resbalar por la ventana, la lluvia acariciaba suavemente el vidrio expuesto a las inclemencias del viento, el vapor de la respiración se desvanecía tal como sus recuerdos del mar agitado en los días de tormenta. Deseaba que los momentos se quedaran para siempre en su mente, que las texturas no abandonaran sus sentidos y que las sensaciones no se desvanecieran de su piel.
El recuerdo de sus dedos acariciando sus labios, los latidos acelerados de su corazón con los que encendió su locura hacían eco en su cabeza, así como las olas golpean la arena con fuerza y furia desmedida, como el instinto que azora cuando la sangre fluye entre las venas. Cada vez que el viento azotaba las ventanas, escuchaba distantes sus tenues quejidos ahogados por la oscuridad de la noche sin luna y pensó que las noches de invierno en la costa siempre traen consigo mucho ruido y agitación, como si el impetuoso viento no resistiera excitar a las olas del mar.
Aquella fría mañana, su joven amante yacía lánguida bajo las sábanas y lo miraba con ternura, sus blancas manos sostenían las suyas en un abrazo apretado, como si no quisiera desprenderse... como si fuera su último vínculo, ella sabía que no había amor en su expresión pero en su alma una luz había despertado. El silencio llenó el abismo entre sus corazones, entre sus dedos guardaban el calor mientras que de sus miradas pendían sus almas expectantes a revivir los recuerdos.
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