– Para todos parece fácil encamarse y volverse bestias sin raciocinio – se dijo a sí misma, mientras el vapor del café y su aroma le evocaban recuerdos fallecidos.
– No es fácil mirarse al espejo cuando sientes que el mundo escapará en su reflejo e inundará súbitamente la realidad en que vives – le decía una voz detrás en su cabeza mientras apuraba las últimas gotas de café escondidas en el fondo de la taza. Se levantó de su asiento y llevó las cosas al fregadero en la cocina. La casa estaba vacía, salvo por su gata, cuyo cascabel murmuraba tenue entre las jugarretas y carreras que hacía.
– ¿Por qué es tan fácil para todos? – Continuó preguntándose – ¿Por qué es tan fácil olvidar la razón?
– Porque a la gente le gusta las cosas fáciles, y tú no eres la excepción, tú también desearías tener esa capacidad de disfrutar lo físico sin la necesidad de llenarte emocionalmente. Es más, tú drenarías las energías de cualquiera que se te acercara porque aún no conoces la horma de tu zapato, no conoces a tu igual.
– Puede que tengas razón – le respondió a la voz – Puede que aún espere lo imposible, aún tengo fe en que el destino oirá mis palabras.
– Dios es sordo, niña. Deja de soñar, mira que el tiempo pasa y es lo único que no vuelve atrás.
Dicho esto, algo se vació en su corazón, como un cáncer extirpado que deja cicatrices que calan profundo en la psiquis. Miró el techo, su gata se paseó entre sus piernas. Un solo maullido y la voz desapareció, nunca más volvió, ni su sombra ni su recuerdo.
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