Hace muchos años quemé los recuerdos, las palabras fenecieron incineradas y sus cenizas fueron guardadas en un rincón de mi mente, para nunca volver a tocarlas, para no volver a sentir el dolor profundo en el pecho ni saborear la desesperación de saber que un trozo de mi corazón no volvería jamás.
El lugar que guardaba las imágenes de a poco se fue transformando, aquellos hermosos recuerdos de la luna durmiendo en el mar, fueron blanqueados y quedaron grabados en blanco y negro, para que no se destiñesen con el tiempo, para que recuperarlas en los ojos fuera más fácil. Todo lo oscuro, la frustración y la tristeza, fue depositada en aquellas páginas maravillosas llenas de letras dibujadas a pulso, garabatos, de caricias y estocadas escritas y dolorosas que solo el tiempo ha sabido curar, fueron simbólicamente destruidos para terminar de convencerme que quien no viene por ti, no merece tu corazón.
Las cosas hermosas que guardo se encuentran en una carpeta, donde permanecen algunas imágenes de la novia de un samurai mítico, algunos discos con fotografías, y eternos archivos word con las palabras públicas. En alguna parte guardé el ringtone más doloroso de mi existencia. Nunca quise volver a escucharlo, pues se transformó en el himno de la cobardía y la derrota, sabores que no quiero volver a probar.
Y prefiero evocar así los recuerdos, de forma hermosa, solo las cosas buenas… de las malas ya nos ha tocado bastante. Las emociones de las canciones pueden sobre escribirse, algo de ellas queda en nosotros… como las danzas bajo la lluvia, las velas en fanales de madera, los libros hechos cenizas y su recuerdo eterno en la luna llena con sus promesas muertas…
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