Martes, 13 de diciembre de 2022, 4.36 horas
Me encontraba en la Antártida en un viaje con gente muy amena y amigable, el clima era bastante agradable pese al frío, el paisaje era indómito y hermoso, me estaba acercando al fin del mundo.
Muchas rocas escarpadas antes de llegar a un mar calmo con pocas olas, la orilla estaba bañada de piedras bastante grandes, coloridas. El cielo era celeste grisáceo por la bruma del mar. Había una señora mayor, rubia de ojos azules que me trataba con mucho cariño, al igual que su hija, yo estaba sola en aquel lugar inhóspito pero era muy agradable estar rodeada de gente que estuviera preocupada que no pasara frío.
De la nada aparezco acostada en mi cama, mi marido durmiendo en su rinconcito. La luz de la ventana del baño se cuela hacia la puerta de entrada de nuestra pieza. Un zumbido metálico y agudo comienza torturar mi cabeza, en mi sueño siento la presencia de alguien tras la puerta, alguien que dirige esa tortura directamente a mi mente como para mantenerme en un estado de sueño del que mi consciente ya no quiere participar. Abro los ojos, y lo veo allí detrás de la puerta, tenuemente iluminado, sus rasgos grises me miran, sus ojos no brillan con maldad, parece triste o confundido, pero es tanto mi miedo y el dolor por el sonido en mi mente que simplemente intento despertar de mi sueño desesperada. Mi cuerpo no responde, sé que debo despertar, ese ser abre cada vez más la puerta, apoya su mano en ella y puedo ver claramente sus manos sin uñas, las escamas de su piel, y yo no puedo gritar a mi Álvaro que me ayude, él no me siente, él está con Morfeo durmiendo profundamente. ¡Basta, no quiero! grito en mi mente ¡Vete! le ordeno, mis ojos se abren al instante, mi respiración pesada y mi corazón desbocado corre mientras miro hacia la puerta que está totalmente abierta, tal y como la dejamos antes de acostarnos.
Repaso y repaso mi sueño, intentando distinguir cuál fue el sueño y cuál es la realidad, si sigo o no durmiendo. El calor me asfixia, la sed es terrible, siento los labios partidos y secos, apenas y puedo tragar saliva, mi garganta está obstruida por el miedo. Intento agudizar el oído mientras respiro profundamente intentando calmar mis latidos, no siento las garritas de la Martina caminando por el dormitorio, no está su presencia, la cortina de la pieza se mece con el viento, siento como la adrenalina viaja por mi cuerpo, me acurruco al lado de mi marido intentando olvidar la frecuencia que aún retumba en mi cabeza, pero incluso varias horas más tarde, mientras escribo estas palabras, no puedo olvidar.