Después del trabajo, cuando camino sola por las calles, veo las luces de los altos edificios, los tantos colores, la gente con ropas negras, el aliento se evapora, el hedor de los cigarrillos y en el cielo, solo unas pocas estrellas brillan más que los faroles… el camino es pesado en la larga procesión al metro.
Veo en los rostros grises ojos que busquen la mirada, quizá el sueño de un ángel o el deseo de un demonio mientras las escaleras eternas llegan al andén, el murmullo de la gente, la mecánica del metro, el aura de cansancio y ansiedad… el futbol, la mina, la pega, el marido, el asiento libre, el aire que se agota entre la multitud.
Tanto es el cansancio que traigo, que puedo dormir de pié… mis pensamientos navegan hasta un sutil estado entre la vigilia e irrealidad… la tan ansiada compañía, ese abrazo que me proteja de la violencia de la inercia, un beso que quite el aliento, una mirada que quite el agotamiento…
Pronto el viaje termina, la voz que anuncia la estación de llegada me regresa de mi letargo, avanzo hacia la puerta con lentitud, guardando el equilibrio para no caer, me da escalofríos no ver al que soñé… resignada subo las escaleras, me envuelvo en mi bufanda y emprendo camino hacia mi casa.
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Un abrazo, no te va a proteger de la violencia de la inercia de la vida, pero un corazón enamorado, o quizás ni siquiera eso, si no qué un corazón lleno de convicción propia (por lo qué sea).. Sí.
ResponderBorrarAún asi, el abrazo siempre estará disponible
Un beso querida :)
Que bien descrito ese regreso a casa! Nunca mejor dicho!
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