sábado, 1 de junio de 2024

223ra Entrada, Adagio: Rêverie L68, Claude Debussy


Escuchando un recuerdo viene la tristeza y me hace repetir "qué pena" tres veces... es tan absoluta y devastadora, es ver con tus propios latidos del corazón que se pierden los suspiros, que ha fenecido una emoción, que un sentimiento a aceptado su muerte y desciende en soledad al inframundo para un descanso eterno. ¿de qué me sirve tener esperanza? sólo prolongaré mi tormento. 

Es mi inefable culpa, mi culpa no saber estimular adecuadamente tus instintos. Es mi responsabilidad no quemarte con mis pasiones, ni abrumarte con esta necesidad horrible que tengo de extrañarte por la lejanía. Sin embargo adoro este tiempo de soledad donde puedo aplacar por mí misma toda esa exasperación ardiente, que ya no adolece de remordimiento, si no que asoma como escape a las necesidades de la carne, sin faltar a la verdad, sin romper promesas... siendo fiel a la fidelidad.

Es esta silla coja la que empieza a trastabillar en las corrientes de las inseguridades, pues los demonios intentan hundirla... pero ¿Cuánto más durará el honor de un amor resignado? ¿lo piensas? ¿te importa? sé que cuento con tu voluntad, pero no con tu deseo. Qué pena... de nuevo esa frase que reticente me obliga a asumir que el resto de mi existencia será así, incompleta, pues mi mundo interior es demasiado basto para ser recorrido por tus manos ciegas.

Qué pena... esta añoranza que se resiste a morir en mi pecho... ese deseo de noches extáticas en medio de la tormenta, perdidos en el vaivén del viento y de la lluvia. ¿Es todo demasiado cansino? ¿es el aburrimiento y la monotonía lo que anula ese deseo de prender las llamas? Nunca he podido compartir esta hoguera. Quizá soy muy egoísta y lo quiero todo para mi, pero es que siempre resulta demasiado fútil la brisa para esta tormenta que busca refugio en un lugar inocuo para sembrar su semilla.

Así mueren trozos de espíritu, el cable que conecta el alma con la mente se daña y ya no puede ser reparado ni por la voluntad ni por el deseo, porque la carne material sigue empujando su naturaleza reproductiva y su añoranza de locura. Qué pena.